Pingüinos, rocas milenarias y mucho frío es lo que hoy nos trae William Cortés quien nos va a contar su experiencia en las tierras del sur del continente americano. Esta es una contribución de un amigo a quien quise invitar al blog. ¡Los invito a leer su experiencia Sin Itinerario!
Salimos de Bogotá a tiempo en un vuelo de la aerolínea LATAM, la atención es espléndida y sus asientos cómodos, las cinco horas y media que dura el vuelo pasan en un abrir y cerrar de ojos. Llegamos a Santiago cuyo aeropuerto me hace recordar nuestro antiguo El Dorado, actualmente están construyendo uno nuevo para el próximo año; la inmigración fue rápida, no esperen muchas sonrisas en este proceso pues los chilenos son un poco más serios que nosotros, pero está bien ya estás en “chilecito” como le dice mi hija a este país que la ha acogido con tanto cariño. Después de recoger la maleta, estamos “al tiro” para hacer la conexión en un vuelo nacional a Punta Arenas. Contento por cambiar de aires y Chile es un buen destino.
Yo pensé que lo que llamamos chichonera era de naturaleza colombiana, pero qué equivocado estaba, las hay en todos los aeropuertos y un viernes antes del fin de semana no podría ser la excepción. Ya en el avión la cosa fue a otro precio, el embarque una locura pues nos estamos acostumbrando, en todas partes, a cargar mucho equipaje de mano que ya no cabe en las cabinas. El vuelo iba como decimos “tetiado” y recordé algún vuelo en la adolescencia, veníamos de San Andrés con todo el “matute” permitido y se llenaban los aviones de AEROCONDOR hasta las banderas. Observo curiosamente en la fila muchos expedicionarios que van hasta la Antártida, que para ellos es un destino inhóspito, pero no me quejo pues acabo que confirmar mi tour a la Isla de Magdalena en el Estrecho de Magallanes, tendremos que madrugar a las 5:15 am.
Después de casi tres horas vamos llegando a la Patagonia, se percibe el frío y al fondo las nubes color rojizo nos indican que más allá está la tierra del fuego o el fin del mundo como lo llaman en algunos folletos turísticos. El paisaje es totalmente diferente a lo que he visto antes en cualquier otro viaje, es un presagio de lo hermoso que es viajar, un compendio de colores, sabores y experiencias. Repasando una lectura reciente no imagino lo que pensó Magallanes cuando pasó por esta zona en el año 1.520, aproximadamente. Su expedición finalmente regreso sin él en 1522 como parte de la primera vuelta al mundo. Llegamos a Punta Arenas, al hotel, que paradójicamente se llama Cabo de Hornos pero el frío es aterrador.
Desayuno de afán porque se nos hizo un poco tarde, con un omelette lleno de proteína y aceite, me imagino para el frío. Salimos presurosos a tomar el tour a las islas la Magdalena donde dicen hay una colonia de 60.000 parejas de pingüinos, apretado en una buseta como las nuestras tal cuál, recordé la subida a Machu Pichu, vamos por la carretera del fin del mundo y el conductor dice que a 60 kilómetros se acaba el continente. Aparece en el horizonte un amanecer maravilloso con colores indescriptibles, quedamos paralizados.
En un Catamarán a 40 minutos de travesía llegamos a la isla Magdalena, colonia de pingüinos magallánicos, ¡qué buena experiencia!, se recorre un kilómetro de camino observando las aves, momentos que bien vale la pena vivirlos y pienso uno viene por estos lados tal vez una vez en la vida, así que se observan tanto para guardar las imágenes en la retina, comprando momentos de felicidad y de recuerdos. Ahora vamos a la isla Marta a ver los leones marinos, no bajaremos del bote pero apreciaremos esta fauna marina protegida a unos 100 metros de la enorme roca que es la isla; los graznidos de las gaviotas y los ruidos de los leones y focas marinas impactan por la cantidad de vida que se ve. En el bote hacen animación con música y un par de rifas que para todos resultan divertidas, al regreso en Punta Arenas almorzamos en un restaurante de comida de mar con platos exquisitos aunque un poco costoso, así como el hotel, pero bien vale la pena la inversión .
Es hora de decir adiós a Punta Arenas una ciudad singular, bien planificada, sin congestiones, muy tranquila y segura, ahora buscaremos el autobús para ir a Puerto Natales, la puerta del parque Nacional Torres del Paine a poco más de 200 kilómetros, esperamos llegar hacia las 8 p.m.
Este es el final de la primera parte de esta travesía por la tierra del fuego en donde los animales y las maravillas naturales se han robado toda la atención, en la segunda parte William nos contará sobre su experiencia en el parque Nacional Torres del Paine y la visita a El Calafate.
Gracias por leerme.
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