Fomentar el turismo, atraer a las personas a que visiten los sitios turísticos o hacer que regresen nuevamente no tiene que relacionarse con gran infraestructura o turismo complejo. Basta con los conocimientos adecuados de historia o de los atractivos más importantes para generar en el turista esa experiencia que le cambiará su percepción de la región y le motivará a volver. Las experiencias más sencillas son, generalmente, más auténticas, pues esas actividades que realizamos cotidianamente son las que nos describen y otorgan características que terminan por hacernos diferentes. Es esto último es lo que el foráneo quiere conocer, es a lo que vino.
Uno de los departamentos que pude conocer más a fondo es Santander, el cual tiene muchos matices que mostrar al turismo, su gastronomía es uno de sus puntos a favor pues tiene muchas particularidades que la hacen única, y es el escenario de la esta historia, al lado de mi padre, unas de las experiencias más significativas que he tenido.
La visita de los papás siempre será la excusa perfecta para armar cuanto plan sea posible, en esa ocasión decidimos realizar una salida en un campero por la zona cercana a donde está el monumento del Santísimo, que en ese momento estaba en construcción. En medio de nuestra desorientación por esas calles, un punto del trayecto tenía gran afluencia de carros y buses en lo que era un colegio. Había música carranguera interpretada por grupos compuestos por adultos mayores, la gran sorpresa era que no se trataba de ningún concurso o algo parecido, el motivo era resaltar este tipo de música tan tradicional en encuentros matutinos. Vereda a vereda recorría este particular encuentro llevando un pedazo de nuestras tradiciones musicales, acompañado de un festín de comida que incluía mute, carne oreada y chicha.
Comimos, cantamos, disfrutamos y nos dimos cuenta que estar en ese lugar reafirmaba el argumento de que no es necesario un gran capital o infraestructura para conseguir mantener lo que nos identifica como región. En cuanto a la comida, muchos pueden decir que se come igual en un gran restaurante, pero aquella comida que nos llena el alma, generalmente la encontramos en una pequeña casa escondida en una vereda, donde las recetas se pasan por generaciones y se cocina con amor. Al igual que con la música, hay infinidad de festivales muy bien organizados, más la espontaneidad que se vive en un encuentro como el que les narré, nos permite ser libre, disfrutar y aprender.
Por esta razón promuevo que se realicen eventos como el de esa vereda, con lo que se pueda resaltar, mostrar y mantener esa cultura que hace de cada lugar algo mágico. Eso que los turistas nacionales y extranjeros buscan, ese turismo cultural que permita a las nuevas generaciones no olvidar la tradición, el arraigo.
Gracias por leerme.
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